miércoles, 5 de diciembre de 2012

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Sobre el servicio de la caridad


Sucedió el 14 de Noviembre en Times Square, Nueva York. 
El policía le compró unas botas y le invitó a un café. 
No sabía que una turista le estaba sacando una foto

El trabajo y la vida ordinaria brindan muchas ocasiones 
para vivir la caridad y la misericordia aquí y ahora.


Un breve pero importante documento de Benedicto XVI subraya el papel central de la caridad en la misión de la Iglesia y la responsabilidad de los obispos en el impulso de la caridad (uno de los dos pilares de la nueva evangelización, junto con la confesión de la fe), y establece un marco normativo de referencia para las organizaciones caritativas católicas.



La caridad, expresión esencial de la Iglesia y de lo cristiano

      El motu proprio de Benedicto XVI Intima ecclesiae natura (11-XI-2012) sobre "El servicio de la caridad", comienza citando la encíclica Deus caritas est en un punto central; ahí donde afirma que la “naturaleza íntima de la Iglesia” se expresa en tres tareas inseparables: el anuncio de la palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad.

      Es importante esta afirmación, que atraviesa las enseñanzas de Benedicto XVI y que ahora recibe un resello de tipo operativo. Cabe recordar que según Santo Tomás, la Iglesia se edifica por la fe y los sacramentos, siendo la caridad (que lleva a procurar el bien para las personas, tanto espiritual como material) el fruto de los “sacramentos de la fe”.

     Esto significa que, lejos de reducirse a la limosna o la ayuda benéfica social (por más importantes que sean), la caridad (el amor cristiano, que participa del amor de Cristo) es la síntesis y el resultado de la fe cristiana, cuando esta fe se vive auténticamente, y para ello se necesita alimentarla por medio de los sacramentos. El amor cristiano, por tanto, no es algo accidental, que podría o no darse, que vendría “después” de la predicación o de la enseñanza doctrinal, o de las celebraciones sacramentales.

     En todo caso el Papa ha querido presentar esos tres elementos al mismo nivel: el anuncio de la Palabra de Dios o invitación a la fe, la celebración de los sacramentos y el servicio que los cristianos prestan en el mundo, que es un servicio de amor, pues cualquier actividad temporal adquiere su cualificación cristiana en la medida en que es realizada por y desde el amor de quien procura identificarse con Cristo y obrar según el Espíritu Santo.

     Por tanto es digna de máxima atención la expresión que sigue, inspirada en la misma encíclica: “El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia”.


La caridad debe presidir la vida cristiana

     Y esto sirve para cada cristiano singular, personalmente, como para la Iglesia en su conjunto, tanto a nivel universal como particular, como también para las comunidades cristianas.

     Así lo dice Benedicto XVI, primero, respecto a los fieles: “Todos los fieles tienen el derecho y el deber de implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó (cf. Jn 15, 12), brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma (cf. Carta enc. Deus caritas est, 28)”.

     En segundo lugar, respecto a la Iglesia: “Asimismo, la Iglesia está llamada a ejercer la diakonia de la caridad en su dimensión comunitaria, desde las pequeñas comunidades locales a las Iglesias particulares, hasta abarcar a la Iglesia universal; por eso, necesita también ‘una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado’ (cf. ibid., 20), una organización que a su vez se articula mediante expresiones institucionales”.


Responsabilidad de los obispos en la caridad


      Debido a la estructura episcopal de la Iglesia, continúa el documento, la primera responsabilidad en este “servicio de la caridad” pertenece a los obispos, aunque el Código de derecho canónico no hable de ello expresamente. Se trata de una “laguna normativa” que hacía falta colmar, sobre todo después de que, como decía ya la Deus caritas est, “el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos ha profundizado más concretamente el deber de la caridad como cometido intrínseco de toda la Iglesia y del obispo en su diócesis” (vid. en el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Apostolorum succesores, de 2004, nn. 193-198 y 209-215. En él se habla, por ejemplo, de cómo la misión de la Iglesia, de naturaleza espiritual, abarca la promoción humana e implica el “amor preferencial” por los pobres y necesitados. De ahí el deber, que tienen los obispos, de educar a sus fieles en este ámbito, para que experimenten la Iglesia como “verdadera familia de Dios”, fomentando las obras de misericordia y las obras de asistencia).

     El presente documento desea “proporcionar un marco normativo orgánico que sirva para ordenar mejor, en líneas generales, las distintas formas eclesiales organizadas del servicio de la caridad, que está estrechamente vinculada a la naturaleza diaconal de la Iglesia y del ministerio episcopal”.


Pedagogía de la caridad, justicia y responsabilidad

     El proemio del texto subraya la necesidad de que las actividades caritativas de la Iglesia no se reduzcan a recoger fondos o ser una variante más de la organización asistencial en la sociedad; “sino que deben prestar siempre especial atención a la persona que se encuentra en situación de necesidad y llevar a cabo asimismo una preciosa función pedagógica en la comunidad cristiana, favoreciendo la educación a la solidaridad, al respeto y al amor según la lógica del Evangelio de Cristo”.

     Algunas de estas actividades estarán promovidas por los obispos mismos “según formas jurídicas y operativas adecuadas que permitan llegar a resolver con más eficacia las necesidades concretas”. Otras serán organizadas por los fieles como “libre expresión de la solicitud de los bautizados por las personas y los pueblos necesitados”, y deberán ser acogidas y alentadas por los Pastores, “respetando las características y la autonomía de gobierno que, según su naturaleza, competen a cada una de ellas como manifestación de la libertad de los bautizados”.

     En relación a estas diversas actividades, sean de un tipo u otro (promovidas por la Jerarquía o promovidas por los fieles con el apoyo y el aliento de la Jerarquía), deberán determinarse los criterios y las normas de modo “que su gestión se lleve a cabo de acuerdo con las exigencias de las enseñanzas de la Iglesia y con las intenciones de los fieles y que respeten asimismo las normas legítimas emanadas por la autoridad civil”.

     El proemio concluye sintetizando de la finalidad del documento: “Si bien era necesario establecer normas al respecto, era preciso a su vez tener en cuenta cuanto requiere la justicia y la responsabilidad que los Pastores asumen frente a los fieles, respetando la legítima autonomía de cada ente”.

     Cabría decir que estamos ante una concreción de algo esencial para la Iglesia a todos sus niveles, particularmente oportuno en el Año de la Fe y en el contexto de la nueva evangelización. Sin duda de aquí se derivarán muchos bienes para la vida cristiana y muchos frutos para la evangelización; pues “el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar” (Deus caritas est, n. 31).



(publicado en www.religionconfidencial.com, 4-XII-2012)

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