miércoles, 19 de junio de 2013

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Celebrar la vida

Lisa Ellis, Llenos del Espíritu Santo
(www.ellisquilts.com/worship_quilts.htm)

El Evangelio (que significa buena noticia) es también una gran noticia sobre la vida humana. Nos dice que es un don precioso de Dios, que hay que recibir, cuidar y celebrar.

     El domingo 16 de junio el Papa Francisco ha presidido la eucarístía de la Jornada sobre el “Evangelio de la Vida”. De este modo ha querido en el Año de la Fe, dar gracias a Dios por el don de la vida humana y proclamar el mensaje cristiano sobre la vida (el “Evangelio de la Vida” es el título de la encíclica de Juan Pablo II en 1995). Desarrolló su exposición en tres puntos: la Biblia y el Dios de la Vida, Jesucristo y el Espíritu Santo nos traen la vida, seguir a Dios lleva a la vida.


La Biblia nos revela al Dios de la vida


     Tomando pie de la primera lectura de la misa (2 S 12, 7 ss.), que cuenta el adulterio de David con la mujer de Urías (a quien había destinado a morir en batalla), la Escritura opone el mal al bien, y en ese sentido las “obras de muerte” (pecados) a las “obras de vida”.

     David se arrepiente y Dios, que es el Dios viviente y que da la vida, le perdona. La Escritura, en palabras del Papa Francisco, “nos recuerda que Dios es el Viviente, el que da la vida y que indica la senda de la vida plena”. Así aparece ya en el Génesis (2, 7) donde Dios se presenta como la fuente de la vida humana. También en la vocación de Moisés para que liberara a su pueblo de Egipto (cf. Ex 3, 14). Y asimismo en la entrega de los Diez Mandamientos, que no son un himno al “no” (no debes hacer esto ni esto, etc.), sino “un himno al sí, a Dios, al Amor, a la Vida”. En síntesis, señala Francisco, “nuestra vida es plena solo en Dios, porque solo Él es el Viviente”.

     En el Evangelio aparece Jesús recriminando a un fariseo mientras perdona a una mujer pecadora, que se siente comprendida y amada y responde con un gesto de amor. Así se ve –como en el caso de David, que se había arrepentido de su pecado– que el Viviente es también misericordioso.


Cristo y el Espíritu Santo nos dan la vida divina 

     Cristo y el Espíritu Santo nos dan la vida divina. Esta fue la experiencia del apóstol Pablo: “Mi vida ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20).

     Con ello san Pablo nos habla de la vida plena, que es la vida misma de Dios. Y, se pregunta el Papa Francisco, “¿quién nos introduce en esta vida?” La respuesta es el Espíritu Santo, don de Cristo resucitado. “Es Él quien nos introduce en la vida divina como verdaderos hijos de Dios, como hijos en el Hijo unigénito, Jesucristo”. Y de ahí surgen las preguntas para nosotros: “¿Estamos abiertos nosotros al Espíritu Santo? ¿Nos dejamos guiar por Él?

    En efecto, al incorporarnos a Cristo por el Bautismo y por los demás sacramentos sobre todo la Eucaristía, el Espíritu Santo hace que el cristiano sea un “hombre espiritual”. Ahora bien, observa el Papa Francisco, “esto no significa que (el cristiano) sea una persona que vive ‘en las nubes’, fuera de la realidad, como si fuera un fantasma”. No, replica el Papa. “El cristiano es una persona que piensa y actúa en la vida cotidiana según Dios, una persona que deja que su vida sea animada, alimentada por el Espíritu Santo, para que sea plena, propia de verdaderos hijos”. Y eso –añade– significa realismo y fecundidad. “Quien se deja guiar por el Espíritu Santo es realista, sabe cómo medir y evaluar la realidad, y también es fecundo: su vida engendra vida a su alrededor”.


Seguir al Dios de la vida

     Pero, continúa el Papa, la experiencia nos dice que con frecuencia el hombre no elige la vida, “se deja guiar por ideologías y lógicas que ponen obstáculos a la vida, que no la respetan, porque vienen dictadas por el egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder, el placer, y no son dictadas por el amor, por la búsqueda del bien del otro”.

     Se trata –explica– de una nueva edición de la Torre de Babel, del intento de construir una ciudad sin Dios, pensando que así se consigue la libertad, la plena realización del hombre. “El resultado es que el Dios vivo es sustituido por ídolos humanos y pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad, pero que al final son portadores de nuevas formas de esclavitud y de muerte”.

     Por eso propone el Papa Francisco: “Miremos a Dios como al Dios de la vida, miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una senda de libertad y de vida. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a la esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda” (cf. 1 Jn 4,8; 11,25; 8,32).

    Y añade: “El que salva es solo Dios, que es el Viviente y el Misericordioso, y que en Jesucristo nos ha dado su vida con el don del Espíritu Santo y nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios por su misericordia”. Esta es, concluye el Papa, la fe que nos hace libres y felices. Y que nos permite celebrar “el Evangelio de la Vida”. 


El mensaje cristiano sobre la vida

    De esta manera se refería Francisco al mensaje cristiano sobre la vida, que afecta a muchos aspectos: no solamente a la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, sino que también contradice a todo lo que nos lleva a despreocuparnos de la vida de los demás y nos sitúa en el centro de nuestro egoísmo, alejándonos de la misericordia propia de los hijos de Dios.

    Anteriormente había aludido a este tema, de modo gráfico, en la audiencia general del 5 de junio, al denunciar la “cultura del descarte”, que lleva a tratar a las personas como residuos: “Que algunas personas sin techo mueren de frío en la calle no es noticia. Al contrario, una bajada de diez puntos en las bolsas de algunas ciudades constituye una tragedia. Alguien que muere no es una noticia, ¡pero si bajan diez puntos las bolsas es una tragedia! Así las personas son descartadas, como si fueran residuos”.

    Y añadía: “La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada, si no sirve todavía —como el nascituro (el aún no nacido)— o si ya no sirve —como el anciano—“.

    Cabe recordar, a este respecto, las palabras de Benedicto XVI en uno de sus discursos ante la Academia Pontificia para la Vida, con ocasión de un Congreso internacional sobre el embrión humano en la fase de la preimplantación:

“El amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza” (cf. Gn 1, 26)” (Discurso de 27-II-2006).


Por ello, todos y especialmente los cristianos debemos alegrarnos por esta celebración de la vida, que señala pedagógicamente la línea por la que la humanidad debería caminar, si queremos avanzar hacia un verdadero progreso. Al valor de la vida se puede llegar por la razón. Al mismo tiempo solo se hace patente con la fe.


(publicado en www.religionconfidencial.com, 19-VI-2013)

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