miércoles, 22 de enero de 2014

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Cristo no está dividido

Abrazo entre el Papa Pablo VI y Atenágoras, 
Patriarca de Constantinopla, el 5 de enero de 1964

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en 2014 lleva por lema: “¿Es que Cristo está dividido?” (1 Co 1, 1-17). Es la pregunta que les hace San Pablo a los Corintios, nada más comenzar su primera carta, después de agradecer la llamada a la fe y a la vida cristiana que han recibido. Informado de que había divisiones entre ellos, les exhorta a vivir en unidad: “Desterrad cuanto signifique división y recuperad la armonía pensando y sintiendo lo mismo”.

            Los materiales para el estudio, la oración y la celebración han sido elaborados por un grupo de cristianos de Canadá. Un país donde impera la diversidad de lengua, cultura y clima (es de los países más extensos y diversos del mundo); y todo ello se refleja en las variadas expresiones de la fe cristiana, a menudo determinadas por los sustratos multiculturales que les dan cauce. También esto, que podría ser camino de enriquecimiento mutuo, se ha convertido, como en otros lugares, en motivo para escandalosas divisiones entre los cristianos.      


Reconocer los dones divinos en los demás

            En el pasaje citado de San Pablo se han distinguido como tres movimientos de una sinfonía. En el primer movimiento (cf. 1 Co 1, 1-3) se reconoce que ellos, los corintios (que inicialmente no eran cristianos, sino gentiles, paganos de cultura griega) también ahora son “Iglesia de Dios” y se desea para ellos la gracia y la paz. Es decir, las bendiciones divinas que proceden de la unión con Dios a través de Jesucristo. Con ello se nos invita, también a nosotros, a reconocer con alegría los dones divinos (comenzando por los dones de la naturaleza y sobre todo los valores humanos) presentes en otras comunidades cristianas y eclesiales, a veces muy distintas respecto a aquellas en las que vivimos. ¿Cómo se manifiesta ese reconocimiento? ¿Qué podríamos hacer por los otros cristianos del mundo?

            En el segundo movimiento (cf. 1 Co, 1. 4-9) Pablo profundiza en ese agradecimiento, puesto que, con la gracia de Jesucristo, han venido para ellos todo tipo de dones, y les fortalece en la esperanza de que Dios no les dejará nunca. En estas palabras podemos ver una invitación a percibir que la fe está llena de implicaciones personales y sociales,  espirituales, intelectuales y materiales; pues un cristiano debe preocuparse por el bien concreto de todas las personas, no solamente de los cristianos: comenzando por los derechos de los más débiles, el derecho a la vida y al trabajo, el cuidado de la familia y de la educación, etc. Y para llevarlo a cabo ha de contar con la ayuda de los demás ciudadanos; ante todo de los cristianos, que comparten sus afanes de vivir la caridad que Cristo nos legó. Pero también nos deberíamos preguntar cómo podríamos contribuir a estas tareas conjuntamente con otros no cristianos.

            Mirando la historia de las divisiones entre los cristianos, debemos reconocer avances importantes en este camino de la unidad pero a la vez nos falta aún mucho camino, mucha más sensibilidad en esto.

            En el tercer movimiento (cf. 1 Co 10-17), Pablo recrimina a los de Corinto su estrechez de mente y de corazón, al haber abandonado la unidad de la familia cristiana en torno a Cristo, para oponerse unos a otros como partidarios de diversos líderes (Pablo, Apolo, Pedro). Tampoco el nombre de Cristo –el único salvador– puede servir de excusa para las divisiones. Y aquí viene la frase: “¿Es que Cristo está dividido?”

            A partir de ahí, el Apóstol les exhorta a recuperar la armonía y la unidad en lo esencial, el bautismo y la cruz de Cristo. Esto no quiere decir que no aprecien a aquellos “líderes” (sus educadores o formadores) por quienes les vino la fe, o la diversidad legítima de las expresiones de esa fe, de sus celebraciones o de su vida cristiana; pues los dones de los demás cristianos siempre nos enriquecen. ¿Es así realmente en nuestra vida?

            “Honrar los dones de los demás –se lee en los materiales preparados para la Semana de la Unidad– nos acerca en la fe y en la misión, y nos conduce hacia esa unidad por la que rezó Cristo, con respeto hacia una auténtica diversidad de adoración y de vida”.


Testimonio, oración, cooperación, diálogo y formación

        Para todo ello necesitamos “testigos”, personas que vayan por delante en este subrayar lo que nos une a los cristianos de diversas confesiones (sin desconocer lo que nos separa aún de la plena comunión); y sobre todo, trabajar conjuntamente los cristianos de diversas confesiones en tantos campos a favor de las personas, de las familias, del bien común de la sociedad, del cuidado de la Tierra. ¿Cómo podemos hacerlo, comenzando por “otros cristianos” más cercanos geográfica o sociológicamente hablando? ¿Cómo podemos conocer mejor las expresiones de la fe cristiana de los “otros” bautizados, que son por eso también nuestros hermanos, para fomentar la unidad visible de los cristianos? ¿Qué iniciativas podemos compartir con ellos? Dicho de otra manera, ¿cómo podemos ofrecerles colaboración en iniciativas nuestras o solicitar colaborar en las suyas?

            Bien sabemos que el ecumenismo (la tarea de fomentar la unidad visible de los cristianos) es una tarea de la que somos responsables todos los cristianos. Esa tarea puede llevarse a cabo de muchas maneras. Al menos todos podemos rezar por la unidad. También podemos rezar conjuntamente con otros cristianos, siguiendo las orientaciones de la jerarquía de la Iglesia, cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, 25-III-1993)

              La oración por la unidad es una de las intenciones permanentes y más importantes de la Iglesia. Los católicos podemos ofrecer la misa, que es la actualización de la entrega de Jesús, que vivió, murió y resucitó “para que todos sean uno” (Jn 17, 21), y así estaba también “creando” la Iglesia; a la par podemos ofrecer nuestros trabajos, ocupaciones familiares, penas y alegrías por la unidad de los cristianos. Es lo que se denomina “ecumenismo espiritual” (cf. W. Kasper, Ecumenismo espiritual, Madrid 2007).

            Además está la cooperación, a la que nos hemos referido más arriba, con otros cristianos en actividades de interés ético o social, de promoción humana y de servicio, particularmente a los más necesitados. Y es muy bueno que colaboremos juntos, precisamente para dar el “testimonio común” de que Cristo no está dividido.

            Junto con estas tareas está el estudio, los diálogos y los documentos de los expertos teólogos que intentan avanzar en la comprensión de las cuestiones de la fe cristiana y de sus diversas expresiones. Todos podemos mejorar en la tarea de conocernos y comprendernos unos a otros mejor, como dice el título del libro de J. Burggraf (Conocerse y comprenderse, Madrid 2003); y no como una actividad de mera diplomacia, sino del interés que nace del aprecio, de la caridad.


El ecumenismo, responsabilidad de todos los cristianos

            La unidad es fruto de la fe y casi presupuesto para el anuncio de la fe. Así lo decía Benedicto XVI cuando impulsaba el testimonio común de los cristianos (Discurso ante la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos, 15-XI-2012);  también porque  el ecumenismo es importante para el diálogo con las religiones no cristianas (principalmente el judaísmo y el Islam).

            Cristo ha puesto los pilares de la unidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia general, 19 I-2011). Bien lo vivieron y comprendieron los primeros cristianos (cf. Hch 2, 44-45): la enseñanza de los apóstoles (la confesión de la fe), que nos lleva al estudio y profundización en la doctrina que creemos; la fraternidad cristiana que se manifiesta en la preocupación de unos por otros, y la apertura a las necesidades de todos los demás; la celebración de la Eucaristía, meta de la unidad visible, que requiere que pidamos perdón por nuestros pecados y vivamos la caridad; y siempre la oración, la ventana que nos abre a Dios y a los demás, sacándonos de nuestros propios y –con frecuencia– empequeñecidos intereses.

            Cristo no está dividido. Los que estamos divididos, desgraciadamente, somos los cristianos. Y ninguno somos totalmente ajenos a las divisiones. También todos, en diversa medida, somos responsables de la unidad, al menos con la oración, con la cooperación, con el modo en que tratamos a Dios y a los demás, con nuestra perseverancia en la fe. En este sentido el Papa Francisco ha subrayado el valor del “ecumenismo de la sangre” que une a los cristianos perseguidos (cf. Entrevista a La Stampa, 10-XII-2013).

            Sobre el “ecumenismo” (en sentido amplio) de la caridad, vale la pena recoger lo que cuenta Madre Teresa de Calcuta:

           “Un señor llegó un día a nuestra casa y dijo: ‘Madre Teresa, hay una familia hindú con ocho hijos que no ha comido en mucho tiempo: haga algo’. Cogí algo de arroz y fui para allá inmediatamente. Vi a los niños, que tenían los ojos brillantes de hambre. La madre de familia cogió el arroz que yo le había llevado, lo dividió en dos partes y salió de la casa. Cuando volvió, le pregunté: ‘¿Dónde has ido? ¿Qué has estado haciendo?’ Ella me respondió: ‘Ellos también tienen hambre’. Lo que más me impactó fue que ella sabía, a pesar del sufrimiento y del hambre, que ellos, sus vecinos, una familia musulmana, también tenía necesidad…” (Discurso al recibir el Premio Nobel de la Paz, 11-XII-1979). 

           En la audiencia general del miércoles, 22 de enero, el Papa Francisco ha dicho que el empeño por la unidad, "requiere mucha oración, requiere humildad, requiere reflexión y continua conversión". Y nos ha animado a comprometernos: "Vayamos adelante por este camino, rezando por la unidad de los cristianos, para que este escándalo se acabe y no vuelva a darse entre nosotros".





(una primera versión fue publicada en www.religionconfidencial.com, 21-I-2014)

1 comentario:

  1. Maravilloso. Gracias por los conceptos claros, las fuentes donde aún podré indagar más...Que Dios nos bendiga, y le mantenga a nuestro lado, D.Ramiro!

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